Por: Héctor J. Gómez
Crónica urbana.
Los atascos vehiculares y las papeletas parecen ser dos de las mayores fobias de los conductores. Policías que no saben controlar el desorden, choferes impacientes, imprudencia, ruido extremado y el casi omnipresente monóxido parecen ser los principales protagonistas de una de las escenas más comunes que apreciamos a diario, sin sorpresa, en la mayoría de nuestras principales avenidas del centro de Lima. Quizás lo rutinario de los hechos no nos permita reparar en detalles que podrían asómbranos aun más. Situémonos en uno de los puntos más transitados de la ciudad y veamos qué encontramos.
Llegué al promediar casi las ocho de la mañana, una hora punta terrorífica para muchos conductores, a la conocida Plaza Grau. A los que venimos por la Av. Paseo de la República, el famoso zanjón o vía expresa, con dirección a este punto, parece darnos la bienvenida al centro de la ciudad y a su típico tráfico; pues este es uno de los tantos lugares gestores de congestión vehicular. Es probable que esto se deba a que es el vértice de grandes avenidas muy transitadas como Grau, Paseo Colón, y la mencionada anteriormente.
Al llegar, me ubiqué en la esquina de la Av. Grau y Paseo de la República, justo al pie del Edificio Anglo-peruano donde hoy funciona la sala de juegos tragamonedas “Gran Vía”. Cambistas de Euro y dólar estaban con su chaleco verde, sentados en sus banquitos en plena esquina. De inmediato fijé mi vista en el policía ubicado en su caseta al final de Grau acompañado por otro que vigilaba de pie a lado de éste.
El atolladero, el bullicio y la desesperación empezaban su reinado. Al incrementarse este atasco, decidí caminar en dirección hacia Javier Prado unas tres cuadras, hasta llegar a la altura del conocido centro comercial Polvos Azules, para luego regresar poco a poco y apreciar más de cerca la impaciencia de las gentes en los vehículos. Los más temerarios salen a relucir zigzagueando sus vehículos, completando espacios vacíos más próximos hacia adelante, en una suerte de figuras de Tetris. Otros aprovechan el tiempo para leer el periódico, mientras otros apagan su motor y recuestan su asiento. Hay pasajeros que optan por bajarse y empezar a caminar.
Quince minutos más tarde, los que estaban por “Polvos” recién llegan a la plaza. De seguro les faltan muchos altos más hasta llegar a su destino. Parece estar claro el por qué aunque haya semáforos funcionando hay policías dirigiendo el tránsito: o controlan que los conductores, aunque tengan prisa, respeten las luces; o sino evitan que no bloqueen la pista si es que ésta se satura; o bien deciden, aunque los focos indiquen lo contrario, que uno pase o se detenga. Sin embargo la curiosidad está en saber cómo determinan el tiempo que le dan a una u otra dirección, si desde donde éste se encuentra uno solo logra distinguir océanos de vehículos hacia todos lados.
Grande fue mi sorpresa cuando al preguntarle, al ocupado policía que caminaba de un lado a otro conversando por su móvil con handsfree, me respondiera: –mira al último piso de ese edificio… Tan pronto levante la mirada al piso 19 del Angloamericano, vi a un sujeto que por ratos usaba binoculares y miraba en dirección a las avenidas. Éste era otro policía que desde allí dirigía por radio y decidía al ojo si le daban más tiempo o menos tiempo a tal o cual dirección. Jamás lo imaginé.
Aproveché la oportunidad para conversar un poco sobre el trabajo que había ido ha hacer y para que me responda algunas dudas.
–¿A qué se debe tanta congestión? –pregunté.
–Es la hora que todos se van a su trabajo, siempre es así.
–¿No hay manera de solucionar esto? ¿no tiene que ver en nada el sistema de control?
–Noo –me respondió frunciendo el ceño en señal de seguridad total y sin querer explayarse mucho–, siempre es así en estas horas.
De pronto, me acordé una escena que suelo pasar casi siempre que llego al cruce de la Av. Arenales y Javier Prado en dirección a La Molina: uno espera de cinco a ocho minutos la bendita decisión del policía. Al llegar casi al minuto seis las bocinas empiezan a sonar, la gente quiere rebelarse, muchos insultan y algo muy claro sucede. Parece que estos reclamos por parte de los conductores, llegan al tombo, como suele llamársele, en una suerte de pifia. Si es solo uno el “alaracoso”, lo identifica, se acerca, le pide sus papeles y es probablemente sancionado con una papeleta llenada con muchas ganas. Pero si son varios los de la banda del claxon, éste responde demorándolos aun más.
Luego de contarle muy rápido y casi textual todo esto, pasé a preguntarle medio sonriente, más amical –con el fin que responda y no se niegue a aceptar–, si con eso no promovían, más bien, la falta de respeto a la autoridad. No imaginé conseguir un dato tan interesante:
–Si pues, es que la gente también se olvida que estamos como ellos. El tráfico no es porque a nosotros nos gusta y los queremos fregar, nos molesta también, nos estresa también y si hay malcriados deben entender que tocar bocina no soluciona el problema –respondió a mi pregunta en el mismo tono que utilicé, creo yo, sin tomar en cuenta que se contradecía de alguna manera en la respuesta que me diera más arriba.
Me detengo a mencionar esto porque ayuda a romper con la típica escena donde los policías son protagonistas de cientos de noticias donde aparecen involucrados en crímenes y asaltos, en las populares coimas, como culpables directos del tráfico insoportable, entre otras decenas de otras razones que ayudan a estigmatizarlos y tomarlos como simples elementos más que perjudican en mi malestar de estar aquí, acelerando de a pocos, yendo contra la hora, ¡tan estresado!
Bajé un poco, bordeando la plaza hasta llegar al otro extremo: esquina de Paseo Colón y Paseo de la República. Una joven mujer policía en su caseta y bajo ella dos mares de gentes, mirándose unos a otros de extremo a extremo luchando por cruzar esa pista que viene desde el hotel Sheraton, hay muchos temerarios que por la gran demora se lanzan a la corriente de carros a velocidad. Es muy claro, el principal interés de estos encargados del orden es la fluidez de vehículos, aunque esto implique dejar a peatones esperando por mucho más tiempo que a los conductores.
Reparé en lo joven que era la oficial, porque hubo otra cosa que me sorprendió en ese momento. De pronto, al detener a uno de los grupos que se paró justo a lado de ella, me di cuenta que todos los vehículos de las primeras filas eran de servicio público. Buses gigantes y viejos, coasters y combis que emanaban mucho monóxido, el que pasaba tan cerca a ella. Era obvio que esto circulaba por sus pulmones infinitas veces durante todo el tiempo que estaba allí.
Nunca había escuchado hablar sobre policías en los edificios controlando el tráfico. Nunca entendí que hacían cerca de 400 efectivos –tal como afirmó la ex ministra del Interior, Pilar Mazetti, en una entrevista para el diario Perú 21– haciendo las veces de “semáforos humanos”, pudiendo simplemente regular la secuencia de las luces, ya que esto representa doble gasto: los millones que pagan las municipalidades por la electricidad de estos aparatos y el pago a más policías por estar en los mismos sitios. No se sabe si el tráfico del centro menguará algún día o si los policías estarán mejor capacitados.
Lo único que pude concluir sobre ellos mientras tomaba mi bus luego de cruzar la pista y regresaba a mi casa, es que muchos son corruptos y lo seguirán siendo. Coimeros y abusivos; es probable que sigan saliendo en noticias como asaltantes, secuestradores y sicarios. Hay muchos buenos, como en todo sitio. No son “semáforos humanos” mal regulados: sienten el ruido de las persistentes bocinas, escuchan las pifias e insultos, son los mayores consumidores de monóxido y también se estresan. Tomemos en cuenta entonces que si alguien siente que sufre la pesadilla de su vida al pasar por uno de estos caóticos atolladeros hasta llegar a su destino, es probable que ese tombo o tomba que tanto hacen renegar, sigan en esa maldita parte del camino y aun les esperen muchas horas más para salir de allí.
Llegué al promediar casi las ocho de la mañana, una hora punta terrorífica para muchos conductores, a la conocida Plaza Grau. A los que venimos por la Av. Paseo de la República, el famoso zanjón o vía expresa, con dirección a este punto, parece darnos la bienvenida al centro de la ciudad y a su típico tráfico; pues este es uno de los tantos lugares gestores de congestión vehicular. Es probable que esto se deba a que es el vértice de grandes avenidas muy transitadas como Grau, Paseo Colón, y la mencionada anteriormente.
Al llegar, me ubiqué en la esquina de la Av. Grau y Paseo de la República, justo al pie del Edificio Anglo-peruano donde hoy funciona la sala de juegos tragamonedas “Gran Vía”. Cambistas de Euro y dólar estaban con su chaleco verde, sentados en sus banquitos en plena esquina. De inmediato fijé mi vista en el policía ubicado en su caseta al final de Grau acompañado por otro que vigilaba de pie a lado de éste.
El atolladero, el bullicio y la desesperación empezaban su reinado. Al incrementarse este atasco, decidí caminar en dirección hacia Javier Prado unas tres cuadras, hasta llegar a la altura del conocido centro comercial Polvos Azules, para luego regresar poco a poco y apreciar más de cerca la impaciencia de las gentes en los vehículos. Los más temerarios salen a relucir zigzagueando sus vehículos, completando espacios vacíos más próximos hacia adelante, en una suerte de figuras de Tetris. Otros aprovechan el tiempo para leer el periódico, mientras otros apagan su motor y recuestan su asiento. Hay pasajeros que optan por bajarse y empezar a caminar.
Quince minutos más tarde, los que estaban por “Polvos” recién llegan a la plaza. De seguro les faltan muchos altos más hasta llegar a su destino. Parece estar claro el por qué aunque haya semáforos funcionando hay policías dirigiendo el tránsito: o controlan que los conductores, aunque tengan prisa, respeten las luces; o sino evitan que no bloqueen la pista si es que ésta se satura; o bien deciden, aunque los focos indiquen lo contrario, que uno pase o se detenga. Sin embargo la curiosidad está en saber cómo determinan el tiempo que le dan a una u otra dirección, si desde donde éste se encuentra uno solo logra distinguir océanos de vehículos hacia todos lados.
Grande fue mi sorpresa cuando al preguntarle, al ocupado policía que caminaba de un lado a otro conversando por su móvil con handsfree, me respondiera: –mira al último piso de ese edificio… Tan pronto levante la mirada al piso 19 del Angloamericano, vi a un sujeto que por ratos usaba binoculares y miraba en dirección a las avenidas. Éste era otro policía que desde allí dirigía por radio y decidía al ojo si le daban más tiempo o menos tiempo a tal o cual dirección. Jamás lo imaginé.
Aproveché la oportunidad para conversar un poco sobre el trabajo que había ido ha hacer y para que me responda algunas dudas.
–¿A qué se debe tanta congestión? –pregunté.
–Es la hora que todos se van a su trabajo, siempre es así.
–¿No hay manera de solucionar esto? ¿no tiene que ver en nada el sistema de control?
–Noo –me respondió frunciendo el ceño en señal de seguridad total y sin querer explayarse mucho–, siempre es así en estas horas.
De pronto, me acordé una escena que suelo pasar casi siempre que llego al cruce de la Av. Arenales y Javier Prado en dirección a La Molina: uno espera de cinco a ocho minutos la bendita decisión del policía. Al llegar casi al minuto seis las bocinas empiezan a sonar, la gente quiere rebelarse, muchos insultan y algo muy claro sucede. Parece que estos reclamos por parte de los conductores, llegan al tombo, como suele llamársele, en una suerte de pifia. Si es solo uno el “alaracoso”, lo identifica, se acerca, le pide sus papeles y es probablemente sancionado con una papeleta llenada con muchas ganas. Pero si son varios los de la banda del claxon, éste responde demorándolos aun más.
Luego de contarle muy rápido y casi textual todo esto, pasé a preguntarle medio sonriente, más amical –con el fin que responda y no se niegue a aceptar–, si con eso no promovían, más bien, la falta de respeto a la autoridad. No imaginé conseguir un dato tan interesante:
–Si pues, es que la gente también se olvida que estamos como ellos. El tráfico no es porque a nosotros nos gusta y los queremos fregar, nos molesta también, nos estresa también y si hay malcriados deben entender que tocar bocina no soluciona el problema –respondió a mi pregunta en el mismo tono que utilicé, creo yo, sin tomar en cuenta que se contradecía de alguna manera en la respuesta que me diera más arriba.
Me detengo a mencionar esto porque ayuda a romper con la típica escena donde los policías son protagonistas de cientos de noticias donde aparecen involucrados en crímenes y asaltos, en las populares coimas, como culpables directos del tráfico insoportable, entre otras decenas de otras razones que ayudan a estigmatizarlos y tomarlos como simples elementos más que perjudican en mi malestar de estar aquí, acelerando de a pocos, yendo contra la hora, ¡tan estresado!
Bajé un poco, bordeando la plaza hasta llegar al otro extremo: esquina de Paseo Colón y Paseo de la República. Una joven mujer policía en su caseta y bajo ella dos mares de gentes, mirándose unos a otros de extremo a extremo luchando por cruzar esa pista que viene desde el hotel Sheraton, hay muchos temerarios que por la gran demora se lanzan a la corriente de carros a velocidad. Es muy claro, el principal interés de estos encargados del orden es la fluidez de vehículos, aunque esto implique dejar a peatones esperando por mucho más tiempo que a los conductores.
Reparé en lo joven que era la oficial, porque hubo otra cosa que me sorprendió en ese momento. De pronto, al detener a uno de los grupos que se paró justo a lado de ella, me di cuenta que todos los vehículos de las primeras filas eran de servicio público. Buses gigantes y viejos, coasters y combis que emanaban mucho monóxido, el que pasaba tan cerca a ella. Era obvio que esto circulaba por sus pulmones infinitas veces durante todo el tiempo que estaba allí.
Nunca había escuchado hablar sobre policías en los edificios controlando el tráfico. Nunca entendí que hacían cerca de 400 efectivos –tal como afirmó la ex ministra del Interior, Pilar Mazetti, en una entrevista para el diario Perú 21– haciendo las veces de “semáforos humanos”, pudiendo simplemente regular la secuencia de las luces, ya que esto representa doble gasto: los millones que pagan las municipalidades por la electricidad de estos aparatos y el pago a más policías por estar en los mismos sitios. No se sabe si el tráfico del centro menguará algún día o si los policías estarán mejor capacitados.
Lo único que pude concluir sobre ellos mientras tomaba mi bus luego de cruzar la pista y regresaba a mi casa, es que muchos son corruptos y lo seguirán siendo. Coimeros y abusivos; es probable que sigan saliendo en noticias como asaltantes, secuestradores y sicarios. Hay muchos buenos, como en todo sitio. No son “semáforos humanos” mal regulados: sienten el ruido de las persistentes bocinas, escuchan las pifias e insultos, son los mayores consumidores de monóxido y también se estresan. Tomemos en cuenta entonces que si alguien siente que sufre la pesadilla de su vida al pasar por uno de estos caóticos atolladeros hasta llegar a su destino, es probable que ese tombo o tomba que tanto hacen renegar, sigan en esa maldita parte del camino y aun les esperen muchas horas más para salir de allí.

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